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¡Es el bosque, estúpid@!

Sobre el blog

Jose Manuel Gómez
Ambiéntologo. Trabajando en ONGAWA, Ingeniería para el Desarrollo Humano. Comunicación, sostenibilidad y desarrollo.
  • ¡Es bosque, estúpid@!

Ayapal. Norte de Nicaragua. 8.00 A.M. Una docena de personas conversan al borde un camino embarrado, señalando de vez en cuando la quebrada desde la que baja el río Ayapal, que abastece a la población en la que viven más de 2.000 personas. El grupo lo forman autoridades locales y representantes de Comités de Agua Potable y Saneamiento (CAPS) y están recorriendo las principales áreas de recarga de la cuenca para identificar problemas y amenazas y hablar con algunas de las familias que viven en la zona.

“Si no protegemos las áreas de recarga, en el futuro no vamos a tener el líquido”, dice José Valdivia, representante del CAPS de San Juán de Awaswas. Nunca ha oído hablar de servicios ambientales ni de infraestructuras verdes, pero está comprometido con la reforestación y la mejora de las prácticas agrícolas en las áreas de recarga porque sabe que es ahí donde sus vecinos y él se juegan su futuro y el de sus hijos.

Zirai. Tanzania. 11.00 A.M. Después de la reunión del Comité de Río de Semdoe, Dorikas Jacobo, una de las mujeres que han participado, habla con firmeza a la cámara: “Si no cuidamos las fuentes de agua será una tragedia”. Tanto ella como sus compañeros trabajan para mejorar la gestión de los recursos naturales en el entorno de la Reserva Natural de Nilo – situada en las montañas Usambara, una de las zonas con mayor biodiversidad del continente - y salir del círculo vicioso de pobreza y degradación ambiental que amenaza sus medios de vida.

La historia se reproduce en miles de lugares del planeta. Cuando el abastecimiento de agua empieza a convertirse en un problema, las alarmas de la escasez saltan después de años (o décadas) de deforestación y cambios en el uso del territorio aguas arriba. Con la degradación del bosque se pierde – entre otras - su función reguladora de los procesos de infiltración y escorrentía, dando lugar a impactos que van desde la pérdida de suelo fértil hasta la reducción del caudal del río.

Cuando la sequía o las inundaciones amenazan la disponibilidad de agua para beber, para cultivar o para refrigerar industria, las miradas se levantan hacia lo alto de las montañas en busca de soluciones. Pero a veces es un poco tarde: un ecosistema complejo como un bosque tropical o subtropical no se restaura en un par de años, y la inversión para hacerlo (si es que es posible) seguramente supera por mucho las capacidades de la administración responsable.

En ONGAWA trabajamos para atajar el problema antes de que se agoten los plazos. Promovemos una mirada integral sobre los recursos hídricos orientada a asegurar la sostenibilidad de la gestión de los ecosistemas y la adaptación al cambio climático. Lo hacemos codo con codo con las administraciones locales y las comunidades, con personas como José y Dorikas, promoviendo medios de vida sostenibles y fortaleciendo sus capacidades para adaptarse a los retos del futuro.

Decir que la naturaleza resuelve problemas no es decir demasiado. Es un tópico recordar que desempeña funciones clave para la sociedad y la economía, y el ciclo del agua es uno de los ejemplos más evidentes. Los informes GEO del PNUMA institucionalizaron lo que desde disciplinas como la Economía Ecológica se venía señalando desde hace al menos dos décadas, y que culturas campesinas e indígenas en todo el planeta nunca olvidaron del todo: conocer y valorar esas funciones de soporte físico y ecológico de los ecosistemas es una condición para hablar en serio de sostenibilidad a cualquier escala.

De alguna forma este planteamiento supone desandar el camino recorrido desde la ignorancia de las funciones que el bosque desempeña en la regulación del ciclo del agua, justificando su degradación, hasta la búsqueda de soluciones reduccionistas basadas en la tecnología o las infraestructuras grises. Al final de ese camino sin salida el cartel indica claramente un cambio de sentido: “¡Es la naturaleza, estúpido!”, podría decir alguien, señalando el elefante que ocupa ya toda la habitación del problema.

De nuevo emerge el asunto clave de la relación entre el desarrollo y la actividad económica con los sistemas naturales que lo soportan. En el caso del agua, es la salud de estos últimos la que garantiza el funcionamiento de los procesos de regulación que afectan a la calidad y la cantidad de un recurso cuya demanda sigue creciendo. Inevitablemente los problemas que esperamos que la naturaleza resuelva se sitúan del lado de esa demanda - ciudades, industria, agricultura -, y las soluciones basadas en esta se benefician de una lógica de valoración que incluye costes y oportunidades reconocidos por el mercado. Pero eso no asegura, por ejemplo, que este reconozca los límites físicos y ecológicos más allá de los cuales se degradan los servicios realizados por los ecosistemas.

Por eso incorporar a la naturaleza como un elemento más en el ciclo de gestión del recurso hídrico tiene algo de neurosis - o al menos de miopía - en tanto significa invertir las jerarquías sistémicas que operan entre el ciclo del agua y su función social o económica. Puede que referirse al bosque como una infraestructura verde facilite que algunas instituciones y colectivos profesionales incluyan el color verde en sus planos. Y algo es algo. Pero también corremos el riesgo de ignorar que ese ecosistema es la base física y ecológica que soporta – sustenta – las ciudades, los cultivos y la industria, y por tanto no puede reducirse a un recurso más a tener en cuenta en su gestión.

Ese vínculo integral y sistémico entre conservar la salud de los ecosistemas y asegurar el agua del futuro es el que probablemente tengan en mente José, Dorika y sus vecinos cuando luchan por mejorar sus vidas y las de sus hijos. Es esa lucha la que les ha llevado a relacionarse con su territorio en clave de sostenibilidad. “¡Es el bosque, estúpidos!”, podrían decir cada vez que alguien les proponga un milagro tecnológico o les prometa la obra de infraestructura que resolverá todos sus problemas.

¿Infraestructuras verdes? Me los imagino arqueando las cejas. Sonriendo. Por una vez, es una suerte que estén de acuerdo con los expertos de Naciones Unidas.

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